Desde hace tres meses, estudiantes y profesores, tanto universitarios como de secundaria, han tomado las calles de la capital chilena en reclamo de una reforma educativa que facilite el acceso a la educación pública, a causa de los altos costos que supone la misma para miles de jóvenes
Pese a ser la economía más sólida de América Latina y el país con una de las mejores proyecciones de desarrollo para la región, Chile atraviesa tiempos turbulentos, en lo que a imagen política se refiere. Desde hace tres meses, estudiantes y profesores, tanto universitarios como de secundaria, han tomado las calles de la capital chilena en reclamo de una reforma educativa que facilite el acceso a la educación pública, a causa de los altos costes que supone la misma para miles de jóvenes.
La indignación estudiantil, en muchas ocasiones derivada en incidentes violentos entre manifestante y los carabineros, ha provocado que la imagen del presidente de ese país, Sebastián Piñera, se hunda en los sondeos de opinión, cayendo a un cuestionado 30%, mientras la desaprobación hacia su gestión ha crecido como la espuma hasta situarse en el 62%. Ante este perfil la pregunta que cabe hacerse es ¿por qué ocurre este panorama en una de las naciones más prósperas de Suramérica?
Quizá en el factor prosperidad se halla la clave de este descontento al que ha de hacer frente Piñera, quien gobierna a un país que todavía presenta profundas brechas y desigualdades sociales, aún cuando su tasa de crecimiento podría alcanzar el 7% en 2011, para envidia de las economías europeas.
Los chilenos, más conscientes de sus recursos y de que poseen una de las democracias más efectivas de la región, se sienten con la valentía de exigir que el Estado responsa a sus demandas; y una de ellas es la educación, la cual llega ha endeudar cada año a miles de chilenos que intentan pagársela.
Si bien, Piñera abogó por una reforma integral del sistema educativo, los estudiantes no muestra ánimos de querer abandonar la calle y se muestra intransigentes a la hora de dialogar con el Gobierno, y eso puede jugar en contra de los miles de jóvenes y profesionales que durante 90 días han marchado por una educación más justa.
La indignación estudiantil, tiene su razón de ser porque aboga a que el país con la economía más solvente de América Latina, apueste por una educación de buen nivel para todos, porque piensan que el Estado puede y debe cumplir con ese deber. Pero la madurez cívica también se refleja en la forma en cómo la ciudadanía reclama sus derechos. Y es ahí donde los estudiantes obtienen un suspenso, debido a que no han sabido utilizar sus argumentos y corren el riesgo de quemarlos.
La calle es una excelente tribuna para exponer la inconformidad de los sectores sociales. Es precisamente en ella en donde nacen los cambios, pero si se abusa de las manifestaciones públicas y no se va más allá, aprovechando otras tribunas que un Estado democrático como Chile es capaz de proporcionar a la ciudadanía para potenciar las transformaciones, difícilmente los estudiantes obtendrán lo que buscan, y se quedarán a medio camino para convertirse en una anécdota política que le aguó la fiesta al ahora impopular, presidente Piñera.
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Foto: Reuters