A tres años de la «intervención» y el auxilio económico que le otorgó el gobierno de los Estados Unidos, la automotriz redujo drásticamente su pasivo, volvió a ser rentable y pelea el liderazgo mundial con la compañías japonesas. Lo consiguió aplicando los ajustes «inteligentes» exigidos por Barack Obama. El contraste con las políticas de Moreno.
La Politica Online
Uno de los sectores productivos más golpeados durante la crisis global que se inció en 2008, con epicentro en los Estados Unidos, fue la industria automotriz. En ese marco, no resultó llamativo una de las principales firmas del rubro, General Motors (GM) -que además ostenta el título de la tercera más grande de la historia de EEUU y la mayor empresa manufactureras del país-, se declarara en proceso de quiebra.
Se trataba de un golpe certero al corazón de la economía. Por eso, la administración de Barack Obama anunció el auxilio estatal a la firma, con una inyección de U$S 30.100 millones para mantenerla en funcionamiento, mientras se reordenaban las cuentas. Es que sus activos rondaban los u$s 82.290 millones, pero su pasivo alcanzaba los u$s 172.810 millones.
Frente a esa situación crítica, Obama pidió un ajuste en sus cuentas, pero lo planteó no sólo en términos matemáticos financieros, sino que exigió un cambio en el modelo de negocios, una revisión en el tipo de vehículos que se comercializaban. Impulsó, en otras palabras, un ajuste «inteligente», una «reinvención» de la marca (Ver nota relacionada).
Es que durante varias décadas, las norteamericanas Chrysler, Ford y también General Motors cedieron el liderazgo en el segmento de los automóviles de pasajeros, medianos y compactos, a sus rivales japoneses. Se concentraron en las camionetas y en los todoterrenos. Así satisfacían los gustos locales, pero iban perdiendo participación en el mercado mundial. Producían camionetas grandes, pero sin accesorios novedosos ni tecnología de punta, a diferencia de lo que ofrecían las orientales Toyota y Honda.
Para aminorar el impacto de la crisis, Obama no prohibió el ingreso de los vehículos japoneses, no cerró las fronteras para mejorar el saldo de la balanza comercial. Exigió a las compañías que había auxiliado que desarrollen nuevas tecnología, inviertan en mejor ingeniería y diseño, que desarrollaran autos más compactos como pide el resto del mundo. Cambiando el paradigma, aumentarían sus exportaciones, el negocio sería rentable y se podría quitar el «pulmotor estatal».
Eso es exactamente lo que está sucediendo por estos días. El ajuste «inteligente» de Obama surtió efecto, y el círculo virtuoso se puso en marcha. Ya están a la vista los primeros resultados. Las compañías redujeron sus deudas y comienzan a pelearle el liderazgo a las japonesas.
El caso argentino
Está claro que frente a una crisis, siempre habrá al menos una variable de ajuste, pero la cuestión de fondo es lograr ejecutar esas medidas con plasticidad, como lo demostró la administración Obama. El debate ya no gira siquiera en torno al intervensionismo del Estado.
La pregunta es: ¿tiene Cristina Kirchner la gente indicada, funcionarios con el talento, la creatividad y la sutileza necesaria para reinventar «el modelo» en una crisis?
El cierre del frigorífico de Swift parece una señal negativa. Es que el Gobierno -con el secretario de Comerio Interior, Guillermo Moreno, al frente- decidió aplicar medidas restrictivas a las importaciones y a las exportaciones para equilibrar la balanza comercial, en lugar de fomentar la competitividad del empresariado local.
Luego de confirmar el cierre, el presidente de la División Carnes Argentinas de JBS-Swift Argentina, Artemio Listoni, explicó que la decisión se tomó porque resulta necesaria una reestructuración del negocio. La firma, de capitales brasileños, adquirió Swift en 2005. En ese momento producía en Villa Gobernador Gálvez, en las afueras de Rosario, y en San José, Entre Ríos. Alentado por las perspectivas favorables que presentaba la Argentina para la exportación de carnes, adquirió plantas en el Gran Buenos Aires (Pontevedra y Berazategui), Zárate, Venado Tuerto y Colonia Caroya.
Pero con las restricciones a las exportaciones y el control de precios de la carne que estableció el Gobierno a partir de 2006, más la suba astronómica del precio de la hacienda en 2009, el negocio de la exportación se tornó inviable. Así, fue cerrando líneas de producción en sus plantas y concentrando su actividad en Rosario.