A los 35 años, el cordobés le puso punto final a su etapa como jugador profesional. En 2007 le detectaron una arritmia que lo llevó a abandonar el alto rendimiento. Ganó tres títulos con la Selección y fue partícipe de la medalla de oro en Atenas 2004
“Se retira un genio”, dijo Emanuel Ginóbili, y si él lo dice, habrá que creerle. Ayer Fabricio Oberto anunció su retiro del básquet, ante la incredulidad de muchos y la sorpresa del shock que sintieron otros. Uno de los gladiadores argentinos que ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 decidió seguir su camino junto a su familia, lejos de las canchas, tras pelear con un problema cardíaco del que no pudo terminar de escapar. Demostró la misma entereza que mostraba en la cancha para dejar atrás una etapa llena de éxitos.
El cordobés comenzó su carrera en Atenas, uno de los clubes más representativos de la Liga Nacional de Básquet. Con apenas 17 años fue seleccionado para jugar en “El Griego”, donde ganó cinco títulos. Fueron el Sudamericano 1994, el Panamericano ’96, las Ligas Sudamericanas del ’97 y ’98 y la Liga Nacional del ’98. Ese año el Olympiacos Pireo de Grecia se lo llevó. “Fabri” no brilló, pero el Tau Cerámica depositó su confianza en él y lo fichó en el ’99. Allí ganó la Copa del Rey 2001/02 y la muy competitiva Liga ACB.
Un año después desembarcó en el Pamesa Valencia, donde jugó hasta 2005. En 2002/03 ganó la Copa ULEB de Europa, consiguiendo grandes actuaciones que lo depositaron como uno de los líderes de la Selección, primero con Rubén Magnano y después con Sergio Hernández. La NBA le abrió las puertas. San Antonio, con Ginóbili a la cabeza, lo recibió como uno más del equipo, con ese carisma especial que caracteriza a los texanos con los latinos. En la temporada 2006/07 ganó el anillo más preciado, el de la liga más competidora del mundo, la más marketinera y donde todos los basquetbolistas sueñan con llegar. Luego tuvo pasos por Washington y Portland, donde terminó de cerrarle la puerta al básquet.
En la Selección forjó su estilo, su rudeza y sus agallas para jugar cada bola como la última. Grabó su nombre en la gloria con una medalla de oro que fue uno de los hitos del deporte argentino en toda su historia. Creció y terminó siendo un símbolo de un deporte que ganó terreno gracias a esa Generación Dorada.
Ayer decidió ponerle punto final a una carrera llena de éxitos, donde cada compañero lo valoró y lo enalteció como la fortaleza del grupo, junto a “Manu”, Luis Scola y Andrés Nocioni. Hoy el básquet llora y ya siente que lo extraña. En una mera paradoja dejó el deporte profesional por su corazón, el mismo que lo ayudó a ganar esas batallas en Atenas, en los torneos FIBA Américas o en la mismísima Liga Nacional. Se retiró un ídolo del básquet, ni siquiera hace un día, pero ya se lo extraña y se lo reconoce como un santificado de la Generación Dorada. Gracias y hasta siempre.
Fuente: Infobae