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Adiós a Tato Pavlovsky, pionero y referente vital del teatro nacional

Un ícono de la escena nacional. Fue un pionero del psicodrama y autor de obras memorables como «El señor Galíndez», «Potestad» y «Rojos globos rojos». Tenía 81 años.

El dramaturgo, psicoanalista y actor Eduardo «Tato» Pavlovsky, autor de piezas memorables de la escena nacional como «El señor Galíndez», «Potestad» y «La muerte de Marguerite Duras», entre otras, falleció ayer a los 81 años, después de cinco décadas de trabajo sostenido. Médico y terapeuta, fue pionero del psicodrama en América latina, mientras en forma paralela desarrolló una prolífica obra en dramaturgia, con textos intensos y comprometidos con los temas sociopolíticos de su tiempo. Con reconocimientos y distinciones a nivel nacional e internacional, su mirada psicoanalítica sobre la historia y sus protagonistas atravesó sus obras, dejando un valioso legado que él consideraba «marginal, por fuera de las grandes organizaciones».

Nieto del escritor Alejandro Pavlovsky, Eduardo Pavlovsky nació el 10 de diciembre de 1933 en el barrio norte de la ciudad de Buenos Aires, en una familia de clase media alta relacionada con la medicina y el deporte. En su juventud fue campeón sudamericano de estilo mariposa en 1949, jugador de water-polo y de rugby y además boxeador. Ingresó a medicina en 1950, pero percibió a los pocos años que su vocación no era exactamente esa. Había tenido una experiencia psicoterapéutica muy afortunada en 1948 a raíz de una severa angustia, y pensó entonces que tal vez el psicoanálisis podía ser su orientación en medicina.

Se recibió de médico a los 22 años y comenzó su formación psicoanalítica en la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1958, llegando a ser miembro titular en 1967. En 1958 comenzó a trabajar con grupos de niños en terapia grupal en el Hospital de Niños y en el Hospital de Clínicas. Allí pareció encontrar su verdadera vocación psicoterapéutica: el grupo y el psicodrama. En 1962 viajó a Nueva York, donde conoció al doctor Jacob Moreno y realizó su training psicodramático. Junto con los doctores Jaime Rojas Bermúdez y Carlos Martínez Bouquet fundaron la Asociación Argentina de Psicodrama en 1963 y comenzaron a formar en psicodrama a médicos y psicólogos. Simultáneamente estudió teatro y comenzó a escribir sus primeras obras.

Sus dos primeras piezas se estrenaron en 1962, «La espera trágica» y «Somos», con Pavlovsky como parte de su elenco, ya que el artista era un actor de raza y amaba pisar las tablas. En los primeros años de la década del setenta «El señor Galíndez» se convirtió en un gran éxito. La obra se centra en un torturador que realiza su trabajo sin que nadie lo perciba, manteniendo una «vida normal».

La continuidad represiva antes y después del golpe militar de 1976 marcó la vida de Pavlovsky. La primera señal de peligro fue la bomba en el teatro Payró en noviembre de 1974, donde se representaba «El señor Galíndez». El dramaturgo no renunció a lo que definía como su «militancia cultural», y tres años más tarde estrenó «Telarañas», un alegato contra el fascismo instalado en la familia. La dictadura procedió primero a prohibir la obra teatral por considerarla un atentado a la moral y luego fueron allanados su casa y su consultorio. Pavlovsky eludió a los grupos de tareas y huyó por el tejado. Salir del país fue su única opción. En 1978, con pasaporte vencido, vía Uruguay y Brasil, se instaló en Madrid.

En 1980 volvió a la Argentina, donde su labor en teatro fue muy intensa, con obras como «Potestad», «El cardenal», «Rojos globos rojos», «La muerte de Marguerite Duras», «Variaciones Meyerhold» y «Sólo brumas». En cine trabajó en 15 películas, entre ellas «El santo de la espada» (1970), de Torre Nilson; «Los herederos» (1972), de David Stivel; «El exilio de Gardel» (1985), de Pino Solanas, y «Las mujeres llegan tarde» (2012), de Marcela Balza. También publicó una novela, «Sentido contrario», en 1997.

Reconocimiento. En su larga carrera recibió el premio del Teatro IFT (1967), el premio del Festival de Teatro de las Américas (Montreal, 1987), el premio de la revista Time Out (Londres, 1987), el premio Molière (Francia, 1989), el premio Prensario (1994), los premios Argentores y ACE (1995), el Konex de Platino (2001) y el Konex Diploma al Mérito (1994, 2001 y 2004). En abril pasado fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

Su última producción dramática, «Asuntos pendientes», realizó su tercera temporada en el Centro Cultural de la Cooperación en abril de este año, y Pavlovsky desplegó allí su intensidad sobre el escenario, repuesto luego de atravesar una compleja operación médica. Susy Evans (analista y su compañera en la vida), Eduardo Misch, Paula Marrón y Lucía Allende compartieron escenario con «Tato», y desgranaron el relato del crimen de la compra-venta de niños.

Distintas personalidades de la cultura y la política lamentaron ayer a través de las redes sociales la partida del dramaturgo, un artista comprometido y arriesgado capaz de escribir y accionar sobre los dolores de su época.

“Un intelectual debe ser un francotirador”

“El teatro es siempre un acto político por el hecho de juntarse y hablar de problemas comunes. Pero nunca pensé que fuera un transmisor de ideologías, una esperanza de conciencia, me parecía menor porque llega a un sector, salvo excepciones como pasó con «El señor Galíndez», que fue una sorpresa”, dijo Tato Pavlovsky en una entrevista que le dio al diario “Clarín” hace dos años, a propósito del estreno de su última obra, “Asuntos pendientes”. El autor de “Potestad” siempre dejaba picando frases contundentes, y en esa misma nota aseguró: “Un intelectual debe ser un francotirador, tiene que denunciar continuamente, devolverle a la sociedad lo que ve en una opinión, una obra de arte, una denuncia, un trabajo, y no puede involucrarse con el poder”, señaló. Al ser consultado sobre cómo se sostiene la cultura sin condicionamientos, Pavlovsky respondió: “Es indispensable que el Estado subsidie elencos con libertad total de hacer lo que quieran. Pero ahora todos los actores son kirchneristas. No me gustaría que el Estado me subsidiara una obra como la que hago, porque es de muy baja producción”.

Fuente: La Capital

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