Protagonista de este thriller psicológico, Natalie Portman tiene todas las chances de hacerse de la estatuilla, en una historia aceptable en la que la actriz, mimetizada en el rol, logra sin lugar a dudas, el mejor papel de su carrera.
Jennifer Lawrence, gran labor en “Lazos de sangre”, pero aún es muy jovencita. Michelle Williams hizo méritos para ser nominada por “Blue Valentine”, pero le falta rodaje en el mercado internacional. Annette Bening merece una estatuilla hace tiempo, y si bien saca lustre en “Mi familia”, pueden postergarla un año más. Y Nicole Kidman… es Nicole Kidman, pero no estaba para ser candidata en “Rabbit Hole”. Entonces, ¿qué dudas caben? De no mediar una profecía, una maldición, Natalie Portman se llevará su primera estatuilla por su espléndido trabajo en “El cisne negro”, que hoy arriba a los cines argentinos. A eso sumémosle algo que a la Gran Meca le fascina: la corporización, la mimetización con el personaje. Portman ensayó un año, tomó clases en el Lincoln Center, bajó 8 kilos de su ya de por sí menuda figura y declaró haber tenido miedo de morir por las exigencias físicas y emocionales que le depararon encarnar a la obsesiva y perfeccionista Nina, una bailarina que reside en Nueva York y que está sumergida por completo en el mundo de la danza. Vive con su absorbente madre (Barbara Hershey), una ex bailarina que apoya en demasía la ambición profesional de su hija: ser elegida para representar el protagónico de la puesta en escena de “El lago de los cisnes”.
Ahora bien, con “El cisne negro” se presenta uno de los típicos dilemas que ofrece el cine que hace foco en un personaje central: la actuación por sobre la historia. Es que sin esa actuación, ¿sería otra película? Muy probablemente. Natalie Portman es lo más atractivo y venal que tiene el por momentos grandilocuente film de Darren Aronofsky -el mismo de “El luchador”-, que tomó como punto de partida la más famosa representación de Tchaikovsky, “El lago de los cisnes”.
Parece que Aronofsky es de esos realizadores que depositan casi la total responsabilidad del curso del largometraje en el personaje central. Sucedió con Mickey Rourke, en ese extraordinario luchador que mereció la estatuilla que, finalmente, se llevó Jeff Bridges, aunque la historia era más terrenal, probablemente el mundo del boxeo, o el del catch en este caso, resulte más noble que el del ballet, en el cual las miserias están a la orden del día, como asoma en “El cisne…”.
A diferencia de aquélla, “El cisne negro” decae, se vuelve anodina, cuando no está Portman en pantalla. Sucede que, a veces, el director decide abandonar la realidad a cambio de extraños viajes alucinógenos, psicodélicos en los que consigue lindas imágenes, casi en 3D, pero que desvían el punto central, distraen… Viajes retorcidos que transportan a Nina a su lado oscuro, ése que la lleva a perder el control de sí misma, no sin antes sentirse amenazada por la férrea rivalidad con su despiadada compañera Lily (una destacada Mila Kunis), presionada por el director de escena (el siempre eficaz Vincent Cassel). Esos demonios internos que, de algunas manera, enfatizan la transición de una mujer frágil, recatada e ingenua (motivo por el que encarna a la perfección al Cisne Blanco) hacia alguien autodestructivo, desinhibido y trastornado, que hará todo lo posible por ser la figura principal de la obra sin importar las devastadoras consecuencias.
Por la cantidad de premios que recibió en el último mes, Natalie Portman, que espera un hijo y en junio cumplirá 30 años, es la candidata natural de todo el mundo para hacerse del Oscar. Y sería tan justo para ella, como –hay que decirlo- para Annette Bening (vaya si convence en su rol de madre lesbiana en “Mi familia”). En diez días, en el Kodak Theater se conocerá el dictamen… Pero Natalie es más vendedora, más tapa de revistas, un rostro bellísimo. “The Oscar goes to…”, y sí, qué duda cabe.
Fuente: La Razón