Leticia Brédice, actriz con intensidad. Participó del Festival Unasur Cine en San Juan. Sus primeras competencias, la profesión y su función como madre.
Es un fuego, enfundada en un vestido largo que le recorta la figura envidiable, o en jean y zapatillas verdes. Leticia Brédice llegó a San Juan sin conocer mucho de estas tierras cuyanas. Desembarcó liviana, para participar en el Festival Unasur Cine, una semana en la que se vieron grandes producciones de la cinematografía local e internacional.
“Me gusta salir a conocer el país y sobre todo ver qué es lo que pasa con nuestros actores. A mí me sorprende mucho lo que pasa con las películas, la mirada con la inteligencia de cada lugar, la mirada distinta que tiene un porteño o un cordobés de ver una película. Me parece muy interesante la manera en que cada uno de nosotros ve cómo se muestra la vida en cada film”, dice relajada a Veintitrés una de las damas de la escena nacional más requeridas. En ella parecen convivir aún la niña rebelde, la femme fatal y la señora que descubrió con el paso de estos últimos nueve años, viendo crecer a su hijo Indio.
–¿Recordás el primer certamen en que competiste?
–El primer festival al que fui, a los 19 años, fue en Venecia y estaba nominada como revelación por la primera película que hice, que se llamó Años rebeldes. En ese momento no entendía nada, creía que el premio me lo tenían que dar a mí porque era obvio, y que también era obvio que yo caminara siendo tan joven entre Al Pacino y los más reconocidos artistas. Era una tonta, básicamente.
–¿Qué más recordás de ese tiempo de éxito precoz?
–Me acuerdo que pasaban las estrellas de cine y no hablaba con nadie y después, cuando pasó el tiempo me decía ‘qué boba’. Me creía que era lo máximo porque estaba ahí. Después gané un premio en otro festival en Torino y no me importó ir a buscar el premio. Estaba muy agrandada y no me daba cuenta de lo lindo que era un festival hasta que le agarré el gusto.
–También fuiste nominada por Cenizas en el Paraíso, y perdiste.
–Sí, lo ganó Julie Christie. Yo había visto su película y pensaba que lo tenía que haber ganado yo. ¡Una agrandada total! Me faltaba aprender muchas cosas.
–¿Y cuándo identificás que diste ese salto a comprender la importancia de lo que te estaba pasando?
–Mucho tiempo después entendí que las cosas no son tan simples, aunque uno crea que merece algo. Lo importante que son los festivales para todos, para todo el pueblo, lo vi mucho después. Este es el lugar donde se puede ver nuestra cultura, nuestra política, nuestra cocina y las tradiciones de todos los países.
–¿Es un poco un tema argentino el de creérnosla?
–Más vale, siempre pensamos que somos los mejores. Somos una industria que tiene que trabajar muchísimo, meterle y meterle para hacer una película. Cuando yo empecé, se estrenaban tres películas, con suerte; eso cambió para bien. Nos cuesta, no es tan fácil, tiene que haber un montón de productores y en esa sobreproducción uno encuentra de todo: algunas cosas muy experimentales y también aparecen trabajos muy buenos en escena.
Además de invitada especial por sus participaciones en el thriller Gato Negro y la menos afortunada Arrebato, Brédice llegó al festival para presentar El amor a veces, en la que se suma a la historia de amor entre la adolescente Malena Villa y el actor Gonzalo Valenzuela. “Mi personaje es una mujer depresiva y no puede salir de eso. El mundo lo vive a partir de su depresión. No existe su hija ni nada. Ella va a unas clases de danza donde encuentra algo de vitalidad. Pobre, creo que un poco de ese desamor que interpreté lo tuve con Malena, que es divina”.
–¿La hiciste pasar un mal rato?
–No, pero admito que me cuesta mucho salir del personaje. Me ha pasado que en algún momento yo interpretaba a una chica que se peleaba con su padre y no le dirigía la palabra al actor, fuera del set. Uno va aprendiendo a moderarse.
“Mi personaje es una mujer depresiva y no puede salir de eso. El mundo lo vive a partir de su depresión. No existe su hija ni nada»
–¿Pero conseguís dejarlos pasar?
–Algunos roles me han marcado profundo. Soy muy apegada a lo que interpreto, me cuesta salir de ellos, de hecho con el paso del tiempo me reconozco algo de cada uno. Para mí la actuación es como ir al colegio porque todos los días se aprende algo nuevo. Además, menos mal que me tocan personajes fuertes, ¿será mi gran salvación hacer esos personajes? Si no tuviera a los personajes sería una mujer muy difícil. Tengo mucha energía. Yo soy leonina con ascendente en Leo. Todo lo que hago me sale con bastante naturalidad (risas).
–¿Cómo pensás que se recibe una película que cuenta una relación entre una niña y un hombre?
–No creo que sea una película más polémica de lo que se debe. ¿Quién no se ha enamorado de un hombre mayor? No se discute mucho sobre eso, pero es algo tan personal. Cómo se debe criar a una chica, por dónde cada uno puede dejar salir sus sensaciones y su amor. Es una historia tan difícil en estos tiempos, pero hablar de que estas cosas pasan no debería ser un tabú.
–¿No temés a los debates y los juicios sociales sobre estas cosas?
–Creo que lo más importante en la vida es cómo se ve la vida en el reflejo de los hijos. Después uno va viendo cómo arma el resto. Ser actor es muy difícil, una de las profesiones más complicadas. Para ser actor hay que ser el abogado de uno mismo y tomárselo con calma. Porque a veces hay que bajar al cuerpo roles muy feos, gente muy difícil. Creo en el deber de contar historias difíciles. Hay que poner el cuerpo a alguien incorrecto. A mí esa rutina me nutre. Aunque ahora mis tiempos cambiaron porque tengo que pensar siempre en dos, en mi hijo y en mí.
–¿Qué otras cosas te cambió la llegada de Indio?
–Me sigue sorprendiendo mucho cómo mi hijo me hizo mujer. Dejé de ser una adolescente que tenía permiso y podía hacer lo que quería, para ser una mujer que lo que quiere es ver bien a su hijo y que me vea bien, que no es tan simple. Por suerte tiene 9 años pero es un bebote, y hoy estoy segura de que no dejaría nada por otra cosa que no sea mi hijo.
–¿Dejaste cosas por la maternidad?
–Nos hemos acomodado mucho y muy bien, pero concretamente hay cosas que no puedo hacer. Ir al teatro a la noche se me complica, ni se me ocurre dejarlo solo a la noche y que se despierte. Soy más bien de levantarme temprano, llevarlo a la escuela. Todo eso me resulta más complicado. También me volví muy estructurada, quiero que sea un niño respetuoso, así que estoy muy atenta en que no haga cosas que falten el respeto. Por ejemplo, no permito que Indio pida autógrafos a otro artista. No me gusta que incomode a los demás. Soy una mamá gritona, pero permisiva y algo miedosa.
–¿Por ejemplo?
–Mi hijo no anda en bicicleta en mi barrio, eso es doloroso. Por eso entiendo que algún colega hable sobre la inseguridad.
–¿Hablás de Ivo Cutzarida?
–Y sí, puedo no compartirlo todo, pero es un tema muy vulnerable y doloroso. Ser amenazado o pensar que podés perder a un hijo por un teléfono. Se contesta como puede, bien o mal. El público no está acostumbrado a que uno baje la guardia y diga lo que siente, aunque sea un disparate. Pero a veces te angustiás como cualquiera.
Cine y pensamiento crítico en Cuyo
«Veo los carteles del cine y no sé bien cuál elegir. ¿Darín está en alguna?”, pregunta un chico en la boletería del complejo de cine sanjuanino, en el que la palabra “cine” fue sinónimo de excelencia. Por primera vez los pasillos de esas salas no mostraban afiches con la oferta de las irrompibles películas comerciales. Fue una semana de septiembre en la que miles de espectadores cuyanos pudieron disfrutar de las proyecciones que presentó la grilla de Unasur Cine 2014, con un acento especialmente interesado en los procesos sociales, culturales y políticos que atraviesa cada país.
En la ceremonia final se entregaron 30 galardones. Entre las más premiadas, Refugiado, de Diego Lerman –con la participación de Julieta Díaz–, cosechó cinco estatuillas. Otra de las favoritas del jurado fue la revelación Gloria, un exquisito drama sobre la tercera edad que se alzó con el premio a la “mejor película”. En total, el cine argentino se llevó 15 premios oficiales, además de varias menciones, mientras que Chile obtuvo seis, Brasil cinco, Venezuela cuatro y Perú y Colombia se repartieron un par de distinciones cada uno.
Además, durante la semana hubo espacio para los seminarios de cine y actuación, encuentros de la industria con representantes locales y la presentación de proyectos en proceso de producción. Un poco de todo en un contexto de paz y buen aire, ideales para un encuentro entre el arte y el pensamiento crítico, para el desarrollo de esas miradas cinéfilas que no se creen la máxima de que “cine” es solamente lo que sale de Hollywood.
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