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Rebeldes libios, entre la desorganización y el reto de una paz inmediata

Los insurgentes sufren desde falta de comunicación hasta vestimenta inadecuada. Además, la población civil les exige seguridad y una rápida pacificación del país

Por Deborah Pasmantier
Los coches se abalanzan, se detienen, avanzan, retroceden para luego avanzar otra vez. Escondidos en las casas en el centro de Ragdalin, los francotiradores acechan. El altavoz de la mezquita llama a las fuerzas leales a Khadafi a rendirse. «Simplemente ríndanse. No les haremos daño», se escucha. Pero los disparos con armas de grueso calibre comienzan.

«Nos tendieron una trampa», grita corriendo Alla Mansuri, de 27 años, cuando resuenan disparos de obuses de mortero, lanzacohetes y ametralladoras pesadas. El rebelde no sale de su asombro. «La gente de Ragdalin nos dijo que podíamos entrar en paz y comenzaron a dispararnos», cuenta. Al menos un hombre murió y cuatro resultaron heridos.

Envalentonados por sus victorias, los «combatientes de la libertad» pensaban que la pequeña localidad se rendiría sin combatir, como las otras que cayeron en la región durante los últimos días como un castillo de naipes. Pensaron que luego de una tregua o de negociaciones, las fuerzas de Khadafi abandonarían la ciudad. Pero se aferran a ella. «No entiendo. ¿Por qué siguen combatiendo? Quizá no miran la televisión. Deberían reconocer la realidad», dice Agraw Asiny, de 23 años.

Los rebeldes llegados de la ciudad costera de Zuara, al noroeste, que se fueron al combate en pantalones cortos y ojotas, en vehículos civiles, cayeron en una trampa, como principiantes.

«No estamos organizados, no hay walkie-talkie, no tenemos coordinación ni siquiera con el mando, si alguien está rodeado, nadie puede ir a rescatarlo. Con la experiencia de los combates, cada uno cree saber cómo combatir, pero da la impresión de que estamos como al principio de la rebelión», comenta Mohamed, de 27 años.

Aprovechando un momento de tranquilidad, unos civiles salen a la terraza de la mezquita, donde se habían refugiado. Delante de una vivienda aparecen chicos que gritan «Alá Akbar» (Dios es el más grande). Un poco más lejos, los rebeldes se hacen con material encontrado en una construcción destinado a fabricar bombas.

En una intersección, un vehículo civil intenta pasar. «Deténganlo, regístrenlo. ¡Trabajaban con los khadafistas!», gritan.

Los disparos con armas de grueso calibre se reanudan. «Intentan rodearnos», grita un hombre. «El mando dice que tenemos que reagruparnos en el último retén y regresar en caravana para no caer en una trampa. Acá estamos aislados», lanza otro.

Los vehículos se retiran. El grueso de la tropa parte. Los otros se quedan en el corazón de la ciudad casi desierta, en donde la ropa continúa secándose en los balcones. Posición defensiva a la espera de refuerzos. «Regresaremos, tienen que rendirse», lanza Mansuri.

Al retén llegan rápidamente hombres y municiones. Pero estalla una importante disputa entre los rebeldes. Los de Zenten insisten en ir al frente, hasta la primera línea. Los de Zuara y de Zauiya se oponen. Uno de ellos dispara al aire con una ametralladora cuando un vehículo de los rebeldes llegados de Zenten intenta forzar el paso.

«Quieren tomar los vehículos, las armas, las municiones, quieren robar, ya lo hicieron antes», comenta Nizar Alí, de 31 años. Los refuerzos de Zenten parten. En el centro de Ragadalin, los disparos son cada vez más intensos.

Fuente: AFP
www.infobae.com
Crédito foto: Reuters

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