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La Odisea de caminar por Peatonal Florida

La peatonal más tradicional y concurrida de la Ciudad es desde hace tiempo un lugar cada vez más complicado para transitar debido a los «manteros». Según publicó el portal de noticias Ciudad, casi un 70 por ciento de ellos recibe un plan asistencial.

El paisaje de la calle Florida cambió en los últimos tiempos. Lo que hasta hace unos años era uno de los paseos más elegantes de la Ciudad ha devenido, paulatinamente, en un gigantesco corredor -que incluye un par de cuadras de la calle Perú- en el que los denominados «manteros» ofrecen sus productos a los transeúntes.

Este circuito comprende el inicio de la calle Perú, entre Avenida de Mayo y Rivadavia, y luego se prolonga a lo largo de toda Florida hasta su intersección con Córdoba.

Los artículos que se ofertan van desde las típicas artesanías destinadas al turista hasta un amplio abanico de prendas de vestir de todo tipo, para hombres, mujeres y niños.

Precisamente, la invasión de estos puestos callejeros dedicados sólo a la venta de indumentaria, ha perjudicado sobremanera a algunos de los locales comerciales de la peatonal, que atribuyen una competencia desleal por parte de estos vendedores, aunque haya algunas excepciones.

«No los consideramos una competencia, porque el tipo de productos que ellos ofrecen es de menor calidad», afirma la encargada de una tienda de indumentaria femenina ubicada en la esquina de Perú y Rivadavia. A simple vista, parece tener razón, ya que su local está bastante concurrido.

La discusión con respecto a la calidad de los productos parece darle la razón al testimonio anterior. No sucede lo mismo con aquella queja frecuente relativa a los impuestos que un comerciante tiene que pagar, ya que en algunos la factura que debería ser entregada al comprador brilla por su ausencia, tal como sucede con los vendedores de la calle, quienes además no corren con gastos de alquiler ni impuestos inmobiliarios.

¿Y de precios cómo andamos? Bien, pero hay de todo. En algunos casos, la diferencia entre la calle y los negocios no suele ser muy significativa. Por ejemplo, la oferta general de los manteros de tres pares de medias a 30 pesos casi se corresponde con su similar en los negocios, en los que se obtiene la misma cantidad por diez pesos más. En el otro extremo, la mayor diferencia de costos pudimos ubicarla en la gama de los suéteres, ofrecidos por los manteros a 100 pesos. En las casas de indumentaria masculina, su valor puede llegar al triple.

Con respecto a los compradores, el rubro es bastante amplio, y quizás sea ese uno de los motivos por los cuales la actividad persiste. Por lo general, son las mujeres las que se detienen en algunos puestos, a veces sólo para preguntar y seguir camino; otras, con firmes intenciones de compra, como en el caso de Analía, quien luego de pasar media hora con uno de los vendedores de la calle Perú se llevó una bolsa con media docena de remeras, que pagó a 60 pesos. «Compro siempre acá porque es más barato, por supuesto, y también porque me queda cerca del trabajo y me resulta más práctico que ir a Once, por ejemplo», admite.

Pero no sólo  el sector femenino consume la mercadería de los manteros. También, cada tanto, se ve a hombres revolver los productos y preguntar por los precios, aunque en menor proporción.

Lo que sí resulta totalmente llamativo es la prolijidad y la organización que existe entre las personas dedicadas a esta actividad. Por ejemplo, la lucha por el espacio sobre el cual arrojar la manta no existe, ya que una especie de «control» invisible permite que los espacios del medio de la calle o de los costados que quedan vacantes cuando un vendedor se va, sea rápidamente ocupado por otro.

Desde luego, los datos acerca de la recaudación y  la cantidad de mercadería son muy difíciles de precisar, salvo que uno pase toda la jornada en el lugar. De todos modos, a través de un dato brindado por una fuente del gobierno de la Ciudad, se calcula que aproximadamente un 70 por ciento de estas personas recibe un plan asistencial, ya sea del gobierno nacional o del porteño, con lo cual se puede asegurar que ninguno de los manteros vive específicamente de esa actividad.

Con respecto a la solución para el problema no hay aún un camino demasiado preciso. Los intentos de desalojo suelen terminar en hechos violentos hacia los inspectores, como el ocurrido el último 21 de septiembre, cuando dos de ellos que pretendían secuestrar mercadería ilegal resultaron heridos.

Mientras tanto, como en la mayoría de las cosas, las opiniones y las actitudes se dividen. Por un lado, los indignados; por el otro, los que se adaptan. Y por último, los que dejan hacer.

Ciudad1

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