BRASILIA (Reuters) – Desde que asumió su mandato el 1 de enero, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha dicho a una procesión de sorprendidos visitantes estadounidenses que quiere acabar con una década de desconfianza para construir una nueva alianza estratégica con Washington.
El cambio, que inicialmente impactó a diplomáticos estadounidenses y brasileños, está detrás de la visita del mandatario Barack Obama a Brasil esta semana.
Ambas partes ven una oportunidad histórica para acercar a los dos pesos pesados del Hemisferio Occidental con grandes implicaciones en energía, comercio y defensa.
Los temas que separaron a ambos países -disputas comerciales, la creciente influencia de Brasil en asuntos globales y sus vínculos con Irán y otros gobiernos anti Estados Unidos- no han desaparecido.
Pero los cambios en la economía, incluyendo el surgimiento de China y el alto desempleo en Estados Unidos, han forzado nuevas prioridades sobre Obama y Rousseff y ambas partes parecen convencidas de que se necesitan una a otra ahora más que nunca.
Rousseff le dijo exactamente eso al secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, mientras tomaban café en su oficina el mes pasado y le explicó que Brasil y Estados Unidos deben cooperar más en la medida en que el balance del poder se inclina hacia los mercados emergentes en Asia.
«Brasil es un país occidental» y comparte un conjunto común de valores e intereses con Estados Unidos, dijo Rousseff a Geithner, según funcionarios de ambos países con conocimiento directo de la conversación.
Rousseff ha adelantado que quiere trabajar con Obama para revertir un relativo declive en el comercio bilateral en los últimos años y explorar otras iniciativas que, según ella, ayudarán a Brasil a convertirse en un país de clase media a fines de esta década.