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El reinado no se discute

Barcelona goleó 4-0 a Milan, lo eliminó de la Champions League y Lionel Messi fue la gran figura del partido. La Pulga hizo dos golazos y brilló en un duelo que mostró a una de las mejores versiones del conjunto catalán.

Por: Arturo Lencina

Barcelona continúa haciendo flamear su bandera. La pelota al piso, toque preciso, enganches, amagues, pases finitos, engaño permanente y caminos donde otros sólo ven murallas asesinas. En la previa, el 2-0 en contra en Italia agigantaron la imagen de un Milan que hizo un culto de la “jaula defensiva” como argumento superlativo para soñar en eliminar a los catalanes de la Champions League. Pero Barcelona tiene principios filosóficos que tratan de sostener en el terreno. Tiene hombres con una calidad técnica extraordinaria que pueden disimular la ausencia de un entrenador. Y fundamentalmente tiene al mejor jugador del mundo: Lionel Messi. El cuatro veces ganador del Balón de Oro llegó tocado y denunció: “Están esperando que este equipo pierda para decir que se terminó todo esto del Barcelona”. Por eso no extrañó lo conectado que se vio a La Pulga, que sabía que estaba ante un desafío especial. Y fiel a su propia historia, el rosarino fue la carta brava para la goleada de 4-0 con que los culé despidieron del torneo continental a un conjunto italiano que se fue sin darse cuenta que su condena fue ser excesivamente amarrete. El aspirante a quinto año consecutivo a máximo goleador de la competencia se anotó con dos golazos. Los dos primeros, como para dejar en claro que no le pesa su pasado, ese que indica que en todos los octavos de final que le tocó disputar en Champions League fue decisivo anotando goles importantes. Messi se sacó de encima el estigma de no haber marcado nunca un gol de jugada ante equipos italianos (tenía tres y los tres de penales). Porque los que analizan todo buscando un área en la que el rosarino tiene déficit, aseguraban que ante los tanos no podía anotar de jugadas porque son especialistas en la marca. Y ayer, ese mito se derrumbó. Como se vienen derrumbando los récords que jugadores extraordinarios ven como se escapan inexorablemente. En la mira del terrible andar demoledor que impone Messi, que viene ganando posiciones en el ránking histórico de la competición, está Raúl que se encuentra a 13 goles. Con los dos de ayer, La Pulga acumula 58.
Muchos esperaban ver ayer cristalizada una muerte anunciada. Querían ver pasar el cadáver de un equipo extraordinario por el puro placer de no soportar el juego de altísimo vuelo. Tal vez para seguir disfrutando una extraña sensación, una sensación muy similar a la que impulsa a esos masoquistas que hacen un culto del propio dolor. Pero Barcelona bebió de su propia fuente y regresó más perecido que nunca a una de sus mejores versiones. En apenas cuatro minutos quedó en claro que el Milan sufriría durante todo el partido. Messi recibió de Xavi y sacó un remate precioso que dejó sin palabras al arquero del rossonero. La pelota era de Barcelona, la intención era del local, las acciones en campo adversario del dueño de casa, el miedo era propiedad exclusiva de los italianos. En una contra se equivocó Mascherano, aprovechó Niang, que le sacó astillas al palo derecho de Valdes y en la otra acción Messi marcó el segundo. Robó Iniesta, buscó al rosarino que se acomodó y encontró en el arsenal de sus argumentos un zurdazo impresionante. El 2-0 era una sentencia de muerte que Milan no entendió. Nisiquiera cuando Villa elevó la cuenta a 3 ni cuando Jordi Alba puso la cosa en un 4-0 imposible de discutir, por más que la quimera de los números por varios pasajes le regaló la ilusión a los milaneses de que el amarreterismo no tiene consecuencias. La verdad es que se fue de la Champions League y lo hizo por una ventana muy chiquita.

El Gráfico

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